El pasado 6 de marzo, Olivier de Schutter presentó ante el Consejo de Derechos Humanos su informe oficial titulado: "El derecho a una alimentación adecuada: el nexo entre agricultura, alimentación y salud" en el que critica el impacto negativo de los alimentos procesados que llenan las estanterías de las cadenas mundiales de supermercados en este sistema alimentario que él califica de "obesogénico". El relator señala que, mientras que cerca de 1.300 millones de personas en el mundo tienen sobrepeso o están obesas, una de cada siete sufre de malnutrición y muchas otras padecen hambre oculta debido a las carencias de micronutrientes.
Frente a esta crisis de la salud pública, seguimos obstinados en recetar remedios médicos: por un lado, complementos vitamínicos y estrategias de nutrición para los niños que no ingieren suficientes calorías; y por otro lado, pastillas para adelgazar, consejos dietéticos y de mejora del estilo de vida para frenar el sobrepeso. Sin embargo, lo importante es que nos centremos en los problemas sistémicos que empobrecen nuestra alimentación en todas sus formas afirmó el experto independiente.
En vez de tratar de medicalizar nuestros regímenes alimentarios, lo que tenemos que hacer es atacarnos a los problemas sistémicos que debilitan nuestra alimentación en todas sus formas, para lo cual propone una mayor imposición de los productos poco saludables, mayor reglamentación para los alimentos ricos en grasas saturadas, azúcares y sal, y la manera en que estos se publicitan, una reforma seria de la nefasta política de subvenciones en agricultura y un apoyo eficaz a los sistemas locales de producción de alimentos.
El derecho a la alimentación no se limita únicamente a salvaguardar el acceso a una cantidad adecuada de alimentos sino que se extiende también a la necesidad de poder disfrutar de un régimen alimentario equilibrado y nutritivo. En este sentido, los Gobiernos no pueden desentenderse de su obligación de garantizar todos los elementos de este derecho.
Según el Relator: la urbanización, la dominación de los supermercados y la proliferación de determinados estilos de vida modernos en todo el mundo, han puesto patas arriba nuestros hábitos alimentarios tradicionales provocando un verdadero desastre de salud pública. Los Gobiernos se han concentrado en aumentar la disponibilidad de calorías, pero se han mostrado sorprendentemente indiferentes en cuanto al tipo de calorías disponibles, al precio, al público al que se dirigen y a la manera en que se publicitan.
El Relator Especial destacó, por ejemplo, que en 2010, las empresas estadounidenses gastaron 8.500 millones de dólares en campañas publicitarias de alimentos, dulces y bebidas no alcohólicas; mientras tanto el gobierno estadounidense presupuestó 44 millones de dólares para su programa de sensibilización primaria sobre una alimentación saludable.
Los alimentos preparados pueden producirse y distribuirse a gran escala gracias al uso de ingredientes fuertemente subvencionados, y precisamente por su procesamiento y envasado su periodo de conservación es mayor. Pero este enfoque perjudica doblemente a la población: los alimentos altamente procesados hacen que nuestras dietas contengan más ácidos grasos saturados y trans, más azúcares y sal. Los niños se vuelven adictos a la comida basura especialmente diseñada para ellos. En países con mejores condiciones, los grupos poblacionales más pobres son los más afectados porque los alimentos ricos en grasas, azúcar y sal son a menudo más baratos que los alimentos más saludables como resultado de una política de subvenciones equivocada que ha ignorado completamente las repercusiones de este tipo de iniciativas sobre la salud.
A partir de 2030, más de 5 millones de personas morirán cada año antes de alcanzar los 60 por enfermedades no transmisibles ligadas a la alimentación. No podemos contentarnos con apostar simplemente por la medicalización de nuestras dietas a través de la introducción de productos enriquecidos, o con intentar cambiar los hábitos de compra de la población mediante advertencias y campañas sanitarias. Lo que necesitamos son estrategias de nutrición ambiciosas y bien dirigidas, que protejan el derecho a una alimentación adecuada; y estas estrategias solo podrán tener éxito si enderezamos los sistemas alimentarios sobre los que se apoyan insiste el Relator Especial.Accede al texto completo del informe