El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo hace un balance de los progresos realizados en la lucha contra el hambre y reflexiona sobre lo qué debe hacerse en un futuro, mientras se elabora la agenda para el desarrollo sostenible para después de este año. El informe se ha realizado conjuntamente por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Hace un repaso de los progresos realizados desde el periodo 1990-1992 en los países y regiones. Según los datos de la FAO actualmente hay 795 millones de personas subalimentadas, lo que significa que el número de personas víctimas del hambre ha ido disminuyendo desde el año 1990, pero no lo suficiente para alcanzar los compromisos internacionales en la materia.
Este 2015 es el fin del período del seguimiento de las metas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Los datos muestran que 72 países en desarrollo de 129 han alcanzado esta meta; sin embargo, en cómputo global, no se ha alcanzado.
Este 2015 marca también el fin del seguimiento de las propuestas de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA), pero el objetivo de esta cumbre ha estado muy lejos de lograrse ya que el número de víctimas subalimentadas supera en 285 millones la meta que se proponía.
Existen diferencias marcadas, tanto entre los países como entre las regiones y subregiones. Las regiones de África subsahariana y Asia meridional siguen siendo la más afectadas por el hambre. La mayoría de los países que han logrado estos objetivos han disfrutado de condiciones políticas y económicas estables. El análisis que se ha realizado demuestra que el crecimiento económico es clave para reducir la subalimentación, pero tiene que ser un crecimiento inclusivo que ofrezca oportunidades a la población más vulnerable. Además de desarrollo económico deben darse sistemas de protección social que son decisivos para reducir la pobreza y el hambre, a través del desarrollo de la seguridad de los ingresos y del acceso a la nutrición, a la asistencia sanitaria y a la educación.
Por otro lado la mayoría de los países que no lograron los objetivos relacionados con los compromisos internacionales de lucha contra el hambre han sido países afectados por catástrofes naturales o por la inestabilidad política, o han sido estados en los que el beneficio económico, a falta de políticas redistributivas, no se ha traducido en una mejora de las poblaciones más vulnerables. La resiliencia ante los desastres y la implementación de políticas inclusivas es el camino en la lucha contra la malnutrición, teniendo en cuenta siempre las particularidades de los contextos.
En la mayoría de los casos que se estudian en el informe se observa que el aumento de la productividad de los recursos en poder de los pequeños agricultores tiene un impacto positivo en la economía rural, que en general es un hecho fundamental para reducir el hambre. Y se señala que, aunque la apertura del comercio internacional puede aportar opciones para mejorar la seguridad alimentaria en los países en desarrollo, debe haber un margen de acción normativa mayor para que éstos puedan evitar efectos prejudiciales en la seguridad alimentaria.
Aunque es evidente que ha habido un progreso general en la lucha contra el hambre no es suficiente si aún parte de la población mundial no tiene una alimentación adecuada. Por ello el informe señala los problemas que se dan y ofrece una serie de recomendaciones para hacerles frente, señalando que para erradicar el hambre tiene que haber un claro compromiso político, un crecimiento económico y políticas de protección social redistributivas y, en situaciones de crisis, acciones que se centren en la vulnerabilidad de los estados, que respeten los derechos humanos e integren la asistencia humanitaria y para el desarrollo.