De nuevo las noticias referidas a Somalia nos hablan de hambre y desnutrición, de grave inseguridad alimentaria que se acrecienta por el empeoramiento de las condiciones meteorológicas. Este año, las previsiones de FAO apuntan que la temporada de lluvias (de octubre a septiembre) se verá afectada por el fenómeno de El Niño que complica el panorama actual: malas cosechas de cereales, sequía sin parangón en las zonas de pastoreo, problemas comerciales en zonas urbanas del sur debido a las actividades de los insurgentes que conllevan importantes desplazamientos de la población.
Las labores humanitarias en Somalia no tienen fin. El número de personas que afrontan las recurrentes crisis alimentarias va en aumento. Los niveles de desnutrición, especialmente de los niños menores de cinco años y de las personas desplazadas alcanzan cotas dramáticas y, en miles de caso, letales.
Unos tres millones de personas, según datos de FAO, necesitan ayuda humanitaria, ayuda que, sin embargo, debe abordarse simultáneamente con “las causas subyacentes de la difícil situación en Somalia y concentrarnos en soluciones duraderas que alivien el sufrimiento del país”, en palabras del coordinador humanitario de la ONU para Somalia, Peter de Clerq, porque, de lo contrario, los tímidos avances obtenidos en el ámbito humanitario y de desarrollo desaparecerán del mapa del citado país.