El primer desequilibrio, se encuentra en el sistema alimentario. En el mundo, por cada dos personas con sobrepeso hay una malnutrida. No obstante, aunque ambos son un grave factor de riesgo en la salud, el número de fallecimientos por desnutrición es más de diez veces mayor que por sobrepeso. Esto representa un claro ejemplo del reparto desigual de los recursos, ya que, mientras una gran parte de la población se alimenta en exceso, otra se encuentra desnutrida. La desnutrición no se debe a un problema de escasez de recursos, puesto que hay suficiente capacidad para que globalmente todo el mundo se alimente correctamente. Por ello, hay que defender políticas y acciones que defiendan un reparto equitativo y sostenible de estos recursos alimentarios.
En segundo lugar, un tercio de los cultivos es empleado para alimentar al ganado y como materia prima de los agrocombustibles. En este último caso, se prevé un incremento de esta tendencia y esto podría exacerbar la escasez de alimentos. Por otra parte, el agua también es un recurso al que no todos tienen acceso. En efecto, cuatro mil niños mueren al día por falta de agua. Mientras, se utilizan 15.000 litros de agua para producir 1 kilo de carne; y la especulación en los mercados produce subidas en el precio de los alimentos básicos. Por ello, es vital que se promuevan políticas que defiendan la agricultura y producción sostenible, que pongan límite al uso de la tierra con fines no alimentarios y que se regulen la especulación en los alimentos para garantizar la seguridad alimentaria.
En último lugar, 1.300 millones de toneladas de alimentos consumibles son desperdiciados todos los años. Esta cifra tan desorbitada es más grave si se piensa que estos alimentos servirían para alimentar cuatro veces a todas las personas malnutridas en el mundo. Por ello, se deberían establecer políticas exhaustivas para controlar y educar sobre el desperdicio en la producción y distribución, además de en el consumo.