Desde hace muchos años, la FAO, junto a FIDA y PMA publicaban en las proximidades del Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre) un informe titulado "El Estado de la Inseguridad ALimentaria en el mundo" (conocido como SOFI, por sus siglas en inglés). Este año el SOFI se renueva, se adapta a los nuevos desafíos de la Agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible e incorpora de forma más intensa el enfoque nutricional, incorporando como agencias colaboradoras a UNICEF y a la OMS. La nueva publicación se titula "EL ESTADO DE LA SEGURIDAD ALIMENTARIA Y LA NUTRICIÓN EN EL MUNDO". El informe da cuenta de tres indicadores de los ODS, correspondientes a las metas 2.1 y 2.2 del ODS 2.
Los datos que nos presenta llevan una señal de alarma: desde la gran crisis alimentaria de 2008 y sus secuelas que se sintieron hasta 2011, las cifras de hambrientos habían ido disminuyendo años a año. Sin embargo, entre 2015 y 2016 se ha producido un aumento del 5%; esto significa 38 millones más de hambrientos. Las personas viviendo en situación de subnutrición crónica se estiman ahora en 815 millones. La prevalencia del hambre crónica (porcentaje de población en esta situación) que había tenido una disminución constante desde 2002, ha vuelto a aumentar hasta alcanzar al 11% de la población mundial, lo que nos vuelve a colocar en cifras similares a las de 2012. En África subsahariana la prevalencia es del 22,7%, es decir, casi 1 de cada 4 personas están en situación de hambre crónica. La FAO estima que, en 2016, casi 520 millones de personas en Asia, más de 243 millones en África y más de 42 millones en América Latina y el Caribe no tenían acceso a suficiente energía alimentaria. Por tanto, se ha producido un incremento del hambre en las tres regiones.
Suenan las alarmas ante la posibilidad de un cambio negativo de tendencia. El informe transmite la advertencia clara de que será difícil lograr el objetivo de un mundo sin hambre ni malnutrición para 2030, como demanda el ODS 2; conseguirlo exigirá renovar los esfuerzos mediante nuevos métodos de trabajo.
La tendencia al alza de la subalimentación no se ha visto reflejada todavía en las tasas de desnutrición infantil crónica, que continúan bajando. No obstante, en el mundo siguen viviendo 155 millones de niños que padecen retraso del crecimiento y la desnutrición aguda sigue amenazando la vida de casi 52 millones de niños (el 8% de los niños menores de cinco años), mientras que los índices de sobrepeso y obesidad aumentan en la mayoría de las regiones, en el caso de los niños, y en todo el mundo en el caso de los adultos, lo cual pone de manifiesto que las múltiples cargas de la malnutrición constituyen un motivo de gran preocupación.
La prevalencia mundial de la obesidad ha aumentado a más del doble entre 1980 y 2014. el problema es más grave en América del Norte, Europa y Oceanía, donde el 28% de los adultos son obesos, en comparación con el 7% en Asia y el 11% en África. En América Latina y el Caribe, aproximadamente una cuarta parte de la población adulta actual es considerada obesa.
Un foco especial de preocupación son las situaciones de conflicto; el 60% de las personas que padecen hambre crónica viven en países afectados por situaciones de conflicto. De hecho, el informe señala que la incapacidad para reducir el hambre en el mundo está estrechamente relacionada con el aumento de los conf lictos y la violencia, y se intenta facilitar una comprensión más clara de este nexo entre las situaciones de conflicto y la seguridad alimentaria y la nutrición, y demostrar las razones por las cuales las iniciativas para combatir el hambre deben ir de la mano de las que están encaminadas a mantener la paz.
Otro de los focos de preocupación es el impacto del cambio climático sobre la seguridad alimentaria y la nutrición. Los fenómenos relacionados con el clima han afectado a la disponibilidad de alimentos en muchos países y han contribuido al aumento de la inseguridad alimentaria.