Este año el informe anual “Índice Global del Hambre 2019" (GHI) se ha publicado bajo el título “El desafío del cambio climático y el hambre”. Se trata de la 14º edición de este trabajo, presentado por Alliance 2015, que analiza la medida multidimensional del hambre mundial, regional y nacional. Los resultados muestran avances en la lucha contra el hambre pero todavía queda un largo camino por recorrer. Según este informe, de los 117 países que se analizan, los niveles de hambre siguen siendo graves o alarmantes en 47 de ellos.
Los puntajes que GHI utilizan una fórmula que integra tres dimensiones del hambre: la ingesta calórica insuficiente, la desnutrición infantil y la mortalidad infantil, incorporando cuatro indicadores: la proporción de población desnutrida; la proporción de niños menores de cinco años que sufren bajo peso para la estatura (desnutrición aguda); la proporción de niños menores de cinco años que sufren retraso en el crecimiento (desnutrición crónica); y la tasa de mortalidad de niños menores de cinco años. Este indicador clasifica a los países en una escala de 100 puntos, siendo 0 el mejor puntaje (sin hambre) y 100 el peor.
Según este informe, los datos muestran una disminución del hambre coincidiendo con la reducción de la pobreza y la mayor financiación para iniciativas de nutrición a nivel mundial. Sin embargo, la acción y el gasto siguen siendo insuficientes para alcanzar objetivos globales, como el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible, Hambre Cero.
Las regiones del sur de Asia y África subsahariana tienen el GHI más alto. En esta última región, la prevalencia de la subnutrición disminuyó constantemente entre 1999–2001 y 2013–2015, pero desde entonces comenzó a aumentar. El alto puntaje de GHI del sur de Asia se debe a sus altas tasas de desnutrición infantil. En las regiones de América Latina, Asia oriental y sudoriental, el cercano Oriente y África del norte se registran niveles de hambre bajos o moderados, pero algunos países de esas regiones tienen niveles graves o alarmantes de hambre y desnutrición. República Centroafricana sufre un nivel extremadamente alarmante de inseguridad alimentaria. Chad, Madagascar, Yemen y Zambia sufren niveles de hambre también alarmantes. Y otros cuarenta tres países tienen niveles graves de hambre. Además, el informe de este año analiza más de cerca la situación de hambre y nutrición de dos países, Haití y Níger, que tienen niveles graves de hambre y son vulnerables a los efectos del cambio climático. También se llama la atención sobre las grandes diferencias intrapaís en algunos casos, como por ejemplo Guatemala o Bolivia.
Es evidente que ha habido un progreso en la lucha contra el hambre, pero actualmente el número de personas desnutridas está aumentando. Los conflictos violentos que sufren algunos países contribuyen a ello. Por otro lado, el cambio climático tiene impactos negativos directos e indirectos sobre la seguridad alimentaria y el hambre; es un factor multiplicador de las amenazas del hambre y refuerza las inequidades existentes. Las zonas más afectadas por el cambio climático soon las que menos han contribuido a provocarlo. Seguramente la producción de alimentos disminuirá a consecuencia de las temperaturas más altas, escasez de agua, mayores concentraciones de CO2 en la atmósfera y eventos extremos, como olas de calor, sequías e inundaciones. El cambio climático puede exacerbar las pérdidas de alimentos y, con ellas, el hambre. Estudios recientes muestran además que las concentraciones más altas de CO2 reducen el contenido de proteínas, hierro y zinc en los cultivos, un hecho que afectará a la nutrición de las personas.
El cambio climático, junto con el impacto de los conflictos, aumenta la desigualdad, destruye los medios de subsistencia y dificulta un desarrollo sostenible. Se necesitan acciones ambiciosas para hacer frente al cambio climático. Deberá haber una transformación, reconociendo un cambio central que aborde la Agenda 2030, un cambio profundo hacia la sostenibilidad, facilitado por cambios en los valores y comportamientos individuales y colectivos y un equilibrio más justo del poder político, cultural e institucional en la sociedad. Todo ello deberá combinarse con políticas que protejan del hambre a las personas más vulnerables. Además es imprescindible la buena gobernanza, el desarrollo de capacidades, la planificación participativa y la rendición de cuentas.
El informe termina con una serie de recomendaciones:
- Dar prioridad a la resiliencia y la adaptación entre los grupos y regiones más vulnerables.
- Prepararse y responder mejor a los desastres.
- Transformar los sistemas alimentarios de manera que sean más sostenibles y saludables y abordar las desigualdades. Los gobiernos deben hacer cumplir los marcos regulatorios para garantizar que la producción de productos agrícolas comercializados a nivel mundial no impida el derecho a la alimentación o infrinja los derechos a la tierra en las zonas donde se producen esos productos.
- Tomar medidas para mitigar el cambio climático sin comprometer la seguridad alimentaria y nutricional.
- Comprometerse con un financiamiento justo. La financiación para la mitigación y adaptación al cambio climático debe apoyar especialmente a los países menos adelantados.