El Dossier de Agroecología de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Cuyo finaliza con un epílogo escrito por el investigador colombiano Tomás León-Sicard que trata sobre la simbología de la agroecología.
La agroecología tiene tres significados utilizados en la literatura. El primero como ciencia que estudia las relaciones ecosistémicas y culturales de los agroecosistemas; el segundo como un movimiento social y político que busca reivindicaciones agrarias alrededor de la tenencia de la tierra; y el tercero como una forma de hacer agricultura, un sistema de producción sin el uso de sustancias tóxicas y con exclusión de organismos genéticamente modificados, entre otros aspectos. Además de estas tres dimensiones aparece otra dimensión que subyace a las anteriores, la dimensión simbólica, que es la que presenta el autor en este análisis.
La necesidad de comer y beber hace que el alimento sea la esencia de la vida y el hilo conductor de las relaciones entre humanos y su entorno. El alimento surge de una trama de relaciones en las que participan variados elementos del orden ecosistémico y del orden cultural (visiones del mundo, aspiraciones individuales, políticas, relaciones sociales…)
La cultura se refiere al conjunto de las estructuras teóricas, las explicaciones místicas o las concepciones individuales o colectivas surgidas del pensamiento humano que se enlazan con sus formas de organización socioeconómica, política y militar y que se expresan en sus plataformas tecnológicas.
Símbolo, organización e instrumentos, son los tres pilares de la cultura a través de la cual los seres humanos hemos transformado profundamente los ecosistemas. Según este artículo ninguna transformación ha sido más profunda y constante que la agricultura.
El primer –y tal vez el más importante significado– de la agricultura es su valor como medio para preservar la vida. Esta concepción revela el carácter profundamente sagrado del arte de producir alimentos. Son estos agricultores/as, en la base de la pirámide, quienes dan el primer paso para otorgarle un sentido ético a la agricultura, incluyendo en ella, desde el principio, valores de espiritualidad, solidaridad, respeto, generosidad y amor que a veces se pierden en el camino mercantil o en la política. Según el autor, no hay nada mejor que iniciar esta ruta desde la agricultura ecológica, intercambiando semillas nativas sin restricciones, dando y recibiendo conocimientos, dialogando con el tiempo o con los insectos y entendiendo las señales que pueden venir, por ejemplo, de una tormenta.
Esta forma de producir no es incompatible con la posibilidad de acumular capital. De hecho el/la agricultor/a añade con mayor facilidad valor económico a su actividad, ya que se respeta la vida de los demás seres que intervienen en el campo de cultivo porque cada uno de ellos cumple un papel en el equilibrio global del agroecosistema. La premisa de no matar se extiende a los habitantes de los agroecosistemas y a todos los seres humanos y no humanos que se colocan en contacto diariamente con la agricultura.
El alimento es la base de la vida de los humanos y en esa base ocupa un lugar destacado el modo de producir, las técnicas empleadas y la ética implícita en el modelo propuesto. Su repercusión se extiende hasta la organización social; si una sociedad acoge este tipo de agricultura, deberá modificar sus escuelas de enseñanza, sus instituciones políticas, sus sistemas de acceso a la tierra, sus circuitos de mercado, las relaciones obrero-patronales y sus prácticas de alimentación.
Esta síntesis sirve para mostrar fácilmente las relaciones complejas que se esconden alrededor de los alimentos. Los alimentos son considerados hoy como valores secundarios adjudicados por la sociedad de consumo, por ser abundantes, cotidianos y casi invisibles. Los alimentos ya no son un elemento esencial para la vida, sino un artículo más de consumo, que generan especulación y riqueza para algunos/as.
Los científicos/as de la agroecología saben que se está criticando uno de los símbolos más poderosos de la modernidad, como es la ciencia positiva, y al mismo tiempo se está construyendo este nuevo paradigma con el conocimiento popular. La agroecología invita a todas las disciplinas de la ciencia a pensar en maneras distintas de producir, conservar y comerciar productos ecológicos.
La agroecología tiene por lo tanto una dimensión simbólica, que está en la base de las otras tres, aunque no sea vista ni considerada.